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Club Café Olé

Como (casi) cada mañana

Son las 07:45 y suena el despertador. Los rayos de luz que entran por la ventana me dicen que a amanecido un nuevo día, pero mis párpados aún quieren mantener el recuerdo de la noche anterior. Como puedo me levanto de la cama y miro a mis niñas (mujer e hija, hija y mujer). A duras penas voy al baño, me aseo, me medio visto y marcho a la cocina. Las escaleras de bajada se me clavan en los riñones, y sólo la luz que mana del estor de la cocina parece darme ánimos para continuar. Alcanzo la cafetera, vierto agua en su interior, cargo el cazo de café molido mezcla torrefacto con cafeína y giro la llave circular que pone el marcha el calentador que hará que el agua escurra al café. Bebo agua, bastante agua. Subo la persiana del salón -que siempre bajo y no se para qué- y vuelvo a la habitación a amainar el despertar de las mujercitas que alegran la vida de mi casa. Como puedo levanto a la niña de la cuna e intento mal colocar la sábana y la mantita que la preservan de la bajada de temperatura propia de este final de ciclo estival a esas intempestivas horas del alba. Mi mujer me alegra el día con un beso y mi nena me regala una de esas sonrisas que a los padres (y más primerizos recientes como yo) nos eleva el espíritu. La cafetera pita, la niña "pita", mi mujer también "pita", todo pita, y sin darme cuenta regreso a verter el negro fluido del cafeto en una taza bautizada de desayuno. Vuelvo a la habitación, ayudo a mi señora a preparar ropa y utensilios de la nena, también claro está ha acicalarla lo necesario y hacemos la cama con más pena que otra cosa, a sabiendas que el trabajo es lo único que nos espera hasta dentro de muchas horas. De vuelta al salón, desayunamos con calma, disfrutando del aroma y sabor del manjar que por nuestro estómago fluye, y como quien no quiere la cosa el reloj analógico (recuerdo de días de playa) que hay en el mural del comedor nos dice que la hora ya llegó, y que la marcha no se puede demorar. Y así, amig@s transcurren los días de labor mis mañanas, en espera del fin de semana o alguna fiesta de guardar, donde demorar el instante en el que el sol nos vuelva a anunciar que ha llegado un nuevo día.

Salud y paz.

2 comentarios

anonima -

Qué bonito relato, lleno de amor.
Y por supuesto el café que no falte.
Mis mañanas son diferentes, pero abandonar la cama, no sabes como me cuesta.

Raquel -

Mis mañanas son mucho menos pacíficas.