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Club Café Olé

Rincón creativo

Cafe Noir

¿Alguien termina de verle la gracia?

Café Gijón - Lugar de inspiración

Café Gijón  -  Lugar de inspiración Madrid tiene multitud de lugares emblemáticos –preciosos- donde pasear a los turistas, comprar toritos y comer bocadillos de calamares: La Cibeles, El Retiro, El Paseo del Prado, El Palacio Real Pero, algunos nos enamoramos de esta ciudad por otros rincones más “bohemios” dotados de una fuerte personalidad e historia. En mi caso, la historia de papel y café…

Uno de ellos es, sin lugar a dudas, el centenario Café Gijón. Situado en el Paseo de Recoletos, ha presenciado horas de tertulia de los intelectuales de la posguerra, debates culturales y artísticos y la visita de los nombres más prestigiosos de las letras españolas. Así, con el paso del tiempo, el Café Gijón se ha convertido en el lugar donde la inspiración se sienta en una mesita de , esperando a que algún escriba se enamore de ella y le ponga un nombre, un rostro y una historia.

Con todo, puede presumir de ser el café literario por excelencia de la capital. Junto a la “droga de los dioses”, quienes pasan por él quedan embriagados por esa esencia creativa que flota, junto con una perenne nube de humo, en su ambiente; y café tras café, muchos son los que abandonan el local sin haber descifrado el título de su novela o sin haber expresado cuanto querían con un puñado de versos garabateados en una servilleta.

Plumas como la de Camilo José Cela, Antonio Gala o Ramón y Cajal, han dejado escapar ríos de tinta en él, y hasta los pequeños escritores que soñamos con vencer nuestro miedo al folio en blanco, cruzamos sus puertas con el objetivo de que la musa del Gijón se fije en nosotros aunque sea tan sólo una vez.

Quizá, la magia de este lugar reside en que en su interior el tiempo no tiene prisa alguna y las ideas se buscan en el poso de un buen café.

Como (casi) cada mañana

Son las 07:45 y suena el despertador. Los rayos de luz que entran por la ventana me dicen que a amanecido un nuevo día, pero mis párpados aún quieren mantener el recuerdo de la noche anterior. Como puedo me levanto de la cama y miro a mis niñas (mujer e hija, hija y mujer). A duras penas voy al baño, me aseo, me medio visto y marcho a la cocina. Las escaleras de bajada se me clavan en los riñones, y sólo la luz que mana del estor de la cocina parece darme ánimos para continuar. Alcanzo la cafetera, vierto agua en su interior, cargo el cazo de café molido mezcla torrefacto con cafeína y giro la llave circular que pone el marcha el calentador que hará que el agua escurra al café. Bebo agua, bastante agua. Subo la persiana del salón -que siempre bajo y no se para qué- y vuelvo a la habitación a amainar el despertar de las mujercitas que alegran la vida de mi casa. Como puedo levanto a la niña de la cuna e intento mal colocar la sábana y la mantita que la preservan de la bajada de temperatura propia de este final de ciclo estival a esas intempestivas horas del alba. Mi mujer me alegra el día con un beso y mi nena me regala una de esas sonrisas que a los padres (y más primerizos recientes como yo) nos eleva el espíritu. La cafetera pita, la niña "pita", mi mujer también "pita", todo pita, y sin darme cuenta regreso a verter el negro fluido del cafeto en una taza bautizada de desayuno. Vuelvo a la habitación, ayudo a mi señora a preparar ropa y utensilios de la nena, también claro está ha acicalarla lo necesario y hacemos la cama con más pena que otra cosa, a sabiendas que el trabajo es lo único que nos espera hasta dentro de muchas horas. De vuelta al salón, desayunamos con calma, disfrutando del aroma y sabor del manjar que por nuestro estómago fluye, y como quien no quiere la cosa el reloj analógico (recuerdo de días de playa) que hay en el mural del comedor nos dice que la hora ya llegó, y que la marcha no se puede demorar. Y así, amig@s transcurren los días de labor mis mañanas, en espera del fin de semana o alguna fiesta de guardar, donde demorar el instante en el que el sol nos vuelva a anunciar que ha llegado un nuevo día.

Salud y paz.

LE CAFE MARTIN

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Sus encuentros transcurrían ante dos tazas de humeante café. Su aroma los envolvía en una neblina fragante que los transportaba a un mundo sin dimensiones en las que sentirse atrapados, sin magnitudes precisas que los limitaran. Ante dos tazas de café  humeante en Le Cafe Martin se les escapaba el tiempo y se diluía el espacio al abrigo de la conversación. Le Cafe Martin era su espacio y era su tiempo, fuera ya no había nada que pudiera interesarles. Ése era el lugar donde eran ellos, donde no había reservas ni pudores, donde lo más recóndito de cada uno afloraba sin freno ni medida. Hablar. Qué hermoso era hablar en ese lugar que tenían como propio, en ese acogedor y exclusivo Cafe creado por y para ellos.

Fuera transcurrió el tiempo. Y se les coló por alguna rendija de silencio. El tiempo invadió Le Cafe Martin y ya nada fue lo mismo. Se les coló por alguna rendija de silencio el espacio y tomó sin asedio previo Le Cafe Martin, y ya nada volvió a ser lo que era. Las dimensiones reales cubrieron su mundo sin dimensiones ni límites y lo destruyeron. No supieron evitarlo. ¿No quisieron? Tal vez pensaron que, a pesar de todo, de todos modos ocurriría... Siempre les quedaría el poso de tristeza, nunca les quedará París.

TOMANDO CAFÉ

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Oigo el estimulante gorgoteo del líquido bullendo en la cafetera, subiendo desde el depósito inferior hasta casi rebosar. La retiro del fuego y aspiro ese aroma vivificante y único que despierta mis sentidos aún algo embotados por el sueño de una noche que casi ahora vio su fin. Cae el líquido oscuro y caliente en el pote como del caño de una fuente de manantial vitalizador y saludable. Le añado leche y el color va aclarándose mientras remuevo el café con la cucharilla, hasta adquirir un tono ligeramente más suave. Ya está listo para saborearlo. Nada de azúcar, un buen café manchado y casi amargo, para empezar a vivir otro día. Mientras tomo el café, sin prisas, veo a través de la ventana cómo el sol va elevándose despacio allá, en la línea de un horizonte casi oculto por árboles y casas de fachadas blancas. Está naciendo la mañana y yo renazco a este nuevo día gracias al sabor fuerte y tonificador de la infusión. Aspiro su aroma delicioso,  todos mis sentidos se recrean en cada sorbo. Prolongo este primer momento del día, bebo despacio, deleitándome con el sabor y el olor de este manjar líquido y exquisito. El silencio envuelve este rito solitario y placentero. ¡Qué calma! ¿Cuánto durará? Lo que dure el silencio, lo que dure el placer de este primer y solitario café de la mañana.